El origen de este término viene de un mito griego sobre un famoso rey de Chipre, el cual era un magnifico escultor, y se llamaba Pigmalión. La historia cuenta que un día se propuso hacer la escultura más hermosa del mundo a la que llamó Galatea. Era una mujer preciosa con una belleza inimaginable e inigualable de la cual se enamoró por completo. Todas las noches visitaba su obra y se imaginaba como sería aquella mujer si fuese de carne y hueso y no de marfil.
Una noche mientras celebraba una fiesta en honor a Afrodita, Pigmalión, que como siempre estaba pensando en Galatea, se arrodilló frente a la estatua de la diosa y le suplicó que le diera vida a su obra. Afrodita se apiadó de él y le concedió el deseo. Triste volvió Pigmalión a su taller, se acercó a su obra y suavemente beso sus labios. En ese preciso momento Galatea cobró vida y se enamoró perdidamente de su creador. Ambos se casaron y tuvieron varios hijos, reinaron felices y agradecieron siempre su amor a Afrodita.
El efecto Pigmalión, en psicología y pedagogía, se refiere a la potencial influencia que ejerce la creencia de una persona en el rendimiento de la otra. Esta creencia provoca un efecto positivo en la persona, un aumento de la autoestima del sujeto en general y del aspecto en concreto sobre el que trata la creencia. Su efecto contrario se denomina efecto Golem y provoca una disminución de la autoestima del sujeto y sobre el aspecto sobre en el que se actúa.
Rosenthal y Jacobsen (1968), realizaron un estudio sobre la influencia que tienen las expectativas del profesor en el rendimiento de los estudiantes. Afirmaron que: “Cuando esperamos determinadas conductas de otro, es probable que actuemos de manera que sea más probable que ocurra el comportamiento esperado”. También David C. McClelland realizó un “Estudio de la motivación humana”, donde encontramos un epígrafe dedicado al efecto Pigmalión, en el explica que Rosenthal (1966) demostró como las expectativas o los sesgos de un investigador influían en el comportamiento de los sujetos estudiados, independientemente del contexto en el que la investigación se llevara a cabo.
“El efecto Pigmalión requiere de tres aspectos: creer firmemente en un hecho, tener la expectativa de que se va a cumplir y acompañar con mensajes que animen su consecución”. (Sánchez Hernández, M. y López Fernández, M. 2005).
También se le conoce como la profecía de auto-realización, que puede tener un origen externo e interno. Su funcionamiento es como el de un mecanismo circular:
Las creencias que otros tienen acerca de nosotros, influyen en las acciones que nos dirigirán.
Estas acciones a su vez influyen y refuerzan las creencias que tenemos sobre nosotros mismos.
Las creencias que tenemos sobre nosotros influyen en las acciones que dirigimos hacia los demás.
Y para volver a empezar nuestras acciones influyen en las creencias que tienen otras personas tienen sobre nosotros.

El poder y la influencia que tienen las expectativas sobre las conductas y el rendimiento en los demás y en nosotros mismos son considerables. Este mecanismo psicológico, puede condicionarnos y determinar nuestras metas y logros, hasta tal punto que lleguen a cumplirse.
Por tanto, hay que considerar la importancia que tienen nuestras creencias y las etiquetas que nos ponemos y/o nos ponen. Si creemos que somos capaces de afrontar las situaciones que nos vayan viniendo, seguramente tengamos hecho gran parte de ese camino. Al igual que sucede al contrario, si no nos paran de repetir que no somos capaces de algo, lo más probable es que acabemos creyéndolo y se acabe cumpliendo.
“Cree en ti y todo será posible”
REFERENCIAS:
González, B. B. (2015). De “su cultura es muy fuerte” a “no se adapta a la escuela”: alumnado de origen inmigrante, evaluación y efecto Pigmalión en primaria. Revista de Sociología de la Educación-RASE, 8(3), 361-379.
McClelland, D. C. (1989). Estudio de la motivación humana (Vol. 52). Narcea Ediciones.
Porcar Raro, E., Balaguer Rodríguez, P., Gimeno Nácher, M., & Aledón Pitarch, B. (2013). El efecto Pigmalión, autoestima y rendimiento escolar.
Vargas, J. G. (2015). El efecto Pigmalión y su efecto transformador a través de las expectativas. Perspectivas docentes, (57), 40-43.
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